domingo, 25 de octubre de 2015
Plutarco E. Calles y las Escuelas Normales Rurales
MÓDULO II EDUCACIÓN Y SOCIEDAD
PLUTARCO ELÍAS CALLES y EL SURGIMIENTO DE LAS ESCUELAS NORMALES RURALES
ASESOR: Maestro Jesús Flores
MARIA DE LOURDES ROSALES HERNÁNDEZ
23/10/2015
La instrucción recibida en las Escuelas Normales Rurales favoreció que la educación rural que impartían los profesores normalistas, cobrara cada vez mayor importancia, al proporcionar éstos a la población rural, a través de la educación, los elementos necesarios y adecuados que les permitiera, en su propio medio y en sus actividades económicas locales, rebasar la pobreza económica, social y cultural que prevalecía en sus comunidades.
SURGIMIENTO DE LAS ESCUELAS NORMALES RURALES DURANTE EL GOBIERNO DE PLUTARCO ELÍAS CALLES
INTRODUCCIÓN
En una primera intención el gobierno de Calles crea las centrales agrícolas formando ahí a maestros rurales y a técnicos agrícolas que luego de terminar sus estudios se fueran a las comunidades rurales a enseñarles a leer y escribir y a mejorar las formas de trabajar la tierra, después de 1930 se vinculan como Regionales campesinas. Son escasos los estudios que existen sobre estas escuelas, donde se resalta los problemas políticos que generalmente han ocurrido entre los estudiantes y las autoridades educativas y estatales.
“No hay nadie que ame a la tierra con más pasión que el campesino”, declaraba Rafael Ramírez, terminar con la rigidez de la estructura social porfirista e implementar los principios de justicia social delineados en la Constitución de 1917, era la nueva política educativa y social del grupo revolucionario en el poder mientras que se hacía del pueblo mexicano una sociedad moderna.
Las normales rurales se originan con las escuelas normales regionales y las escuelas centrales agrícolas que se construyeron a principios de los años veinte.
Plutarco Elías Calles nació el 25 de septiembre de 1877 en Guaymas, Sonora y falleció en octubre 19 de 1945 en el Distrito Federal. Abandonó su carrera de maestro para participar en 1914 en el levantamiento encabezado por Venustiano Carranza contra el presidente Victoriano Huerta, luchando a las órdenes de Álvaro Obregón. El triunfo le llegó en 1924, ocupando el cargo hasta 1928. Siendo un gran orador, su discurso más importante fue el dirigido al Congreso de la Unión, el 1 de septiembre de 1928.
Las normales regionales debían formar maestros que en breve tiempo estuvieran capacitados para enseñar a leer y a escribir, e introducirían nuevas técnicas de agricultura. Las centrales agrícolas se formaron durante la administración de Plutarco Elías Calles como un proyecto que, con moderna maquinaria y una organización cooperativista, debía mejorar la producción del agro mexicano.
A principios de los años treinta, las dos instituciones se fusionaron y recibieron el nombre de regionales campesinas. Las regionales tenían un plan de estudios de cuatro años y estaban destinadas a formar tanto a maestros rurales como a técnicos agrícolas. Los estudiantes serían de origen campesino y la estructura cooperativa haría posible una autosuficiencia que, se esperaba, complementaría las necesidades de las comunidades aledañas. En 1926, las regionales campesinas pasaron a ser normales rurales, y para 1931 ya existían 16.
Tanto en su organización como en su pedagogía, las normales rurales reflejaban las ideas del nuevo orden revolucionario. El que algunas normales fueran establecidas en antiguas haciendas les otorgaba un aire de justicia poética. La imagen resulta sumamente significativa: las instituciones que durante el Porfiriato acaparaban las tierras de los campesinos y explotaban su mano de obra, ahora serían el lugar donde se formaría una nueva generación de maestros, hijos de campesinos.
Simbólicamente, se revertía el antiguo orden social y la educación rural se establecía como una prioridad para el nuevo gobierno. Diseñadas explícitamente para hijos de campesinos, las normales rurales prometían una oportunidad de escapar de la pobreza que caracterizaba a la población del campo, a la vez que contribuirían al desarrollo rural creando maestros adiestrados en las más modernas técnicas agrícolas.
Las normales rurales serían una de las únicas vías por las cuales los campesinos podrían ascender socialmente. Para el gobierno, estas instituciones proveerían los misioneros encargados de inculcar las nuevas prácticas de corte cívico –honores a la bandera, reverencia a los héroes nacionales y festejos patrios–, así como enseñar hábitos de higiene e inculcar nuevos modelos de organización doméstica, a la vez que terminaban con la superstición y el alcoholismo. Serían los mismos campesinos, insistían los arquitectos del nuevo sistema educativo, los más comprometidos apóstoles.
Pero este esquema pronto dio lugar a varias contradicciones. Por un lado, la efervescencia del nuevo orden revolucionario creó un ambiente propicio para la experimentación con las más recientes teorías pedagógicas. La filosofía de John Dewey, por ejemplo, tuvo especial resonancia en México, donde Moisés Sáenz, que estudio con él en la Universidad de Columbia, se dedicó a propagar sus ideas.
En 1923 la SEP decretó que todas las escuelas debían ser “escuelas de acción” conforme a la filosofía expuesta por Dewey, en la que el niño aprende haciendo.
En ningún lugar parecía encajar mejor esta teoría que en la escuela rural, donde el mismo campo abierto sería el salón ideal, y la naturaleza proveería la base para construir una nueva realidad. El énfasis que ponía Dewey en la necesidad de integrar a la escuelas con la comunidad, era otro elemento natural de las escuelas rurales cuyos maestros serían no sólo educadores, sino líderes sociales.
“Ningún sistema educativo en el mundo –observaría Dewey–, demuestra mejor el espíritu de íntima unión entre actividades escolares y aquellos de la comunidad”.
Sin embargo, siendo la educación el instrumento mediante el cual el nuevo Estado se pretendía legitimar, dominaría la lógica oficial y los intereses que allí se consolidaban.
A pesar de la celebración de la cultura indígena, el sistema educativo tenía varios elementos positivistas. “Debes tener mucho cuidado, a fin de que tus niños no solamente aprendan el idioma castellano, sino que adquieran también nuestras costumbres y formas de vida, que indudablemente son superiores a las suyas. Es necesario que sepas que los indios nos llaman ‘gente de razón’ no sólo porque hablamos la lengua castellana, sino porque vestimos y comemos de otro modo y llevamos una vida diversa a la suya”, declaraba Rafael Ramírez a los maestros rurales. No había duda, la misión educativa debía ser un proyecto civilizatorio.
Como instituciones centrales a este proyecto, las Normales rurales vacilaban entre la tradición y la innovación. Sus estudiantes eran inculcados con una tarea misionera y la aparentemente infinita posibilidad de contribuir al bien social.
Las normales rurales abrían todo un mundo a sus jóvenes estudiantes. Cuando José Ángel Aguirre, oriundo de Nueva Delicias, Chihuahua, a los 15 años llegó a la normal de Salaices, no conocía a nadie. “Ni siquiera sabía dónde quedaba Salaices”, relata.
José había batallado no sólo para llegar a la Escuela Normal, sino para terminar la primaria en su pequeño pueblo. Su padre lo necesitaba para trabajar la milpa y en varias ocasiones el maestro tuvo que interceder para que se le mandara a la escuela. Esta era una dinámica común en el campo mexicano, por más que la escuela pudiera ser portadora de nuevas oportunidades, las exigencias de la vida campesina muchas veces hacían imposible su acceso.
Estas exigencias tenían diversas encarnaciones. Gloria Juárez, de Rosario, Durango, tuvo también que batallar para asistir a la Normal, era la mayor de siete hermanos, en su pueblo no había secundaria. La única manera de estudiar era yéndose a una Normal rural. “Pero –recuerda– mi madre no quería que fuera, porque era la mayor, pero mi padre dijo: ‘déjala, al cabo no se va a quedar. Dicen que son muchas, muchas las que van, y poquísimas las que se quedan’ ”. Y Gloria se quedó, fue la única de las estudiantes de su pueblo que aprobó el examen.
Los recuerdos que conservan los normalistas de la vida en la Normal revelan el impacto que tuvieron estas instituciones en el medio campesino. “Fue una bendición; difícilmente hubiera logrado yo ser maestra si no es por la Normal rural, pues en las Normales quedaba asegurada la alimentación, el estudio y el hospedaje. Teníamos todo lo que realmente necesita uno para hacer una carrera. Le estoy muy agradecida yo a la Normal, porque creo que de allí salimos aptas para enfrentarnos a cualquier adversidad”, relata Belén Cuevas, otra normalista de Saucillo.
En las Normales rurales se les exigía a los estudiantes una estricta disciplina y había en los internados cierta sensación de sistema militar, lo cual contrastaba con los principios de democracia y autogobierno, que también fueron conceptos importantes en su fundación. La banda de guerra tocaba a las 5:30 de la mañana y cinco minutos después se tomaba lista en la explanada de la escuela. De allí los estudiantes tenían veinte minutos para hacer su cama y atender su aseo personal.
La primera clase empezaba a las seis de la mañana y una hora después los estudiantes tenían que hacer la limpieza del patio, jardín o salón, según el área que correspondiera a cada grupo. Se desayunaba a las ocho y, como era el caso con todas las comidas, eran los estudiantes quienes se encargaban de servir y de lavar los trastes. A las nueve se volvía a clases, las cuales duraban hasta la una de la tarde, y después venía la hora de la comida.
A las tres empezaba una diversidad de actividades que iban desde cultivar tierras, el cuidado de animales, talleres de carpintería, mecánica y hojalatería. Este era también el momento en el que los estudiantes podían hacer sus prácticas de danza, poesía o teatro, o ensayar obras para los viernes sociales, encuentros que organizaban cada semana. El deporte también se practicaba a esta hora; además, dentro del internado había comisiones de estudiantes encargados de hacer tortillas, pan e incluso ropa.
Los normalistas tenían dos horas libres entre cinco y siete de la tarde y después cenaban y tenían una hora obligatoria de estudio. El toque de silencio se daba a las diez cuando se pasaba lista para asegurar que cada estudiante estuviera en cama. El que los estudiantes fueran partícipes tan activos en el funcionamiento y mantenimiento de la normal, los unía entrañablemente a estas instituciones, además de que reforzaba un fuerte compromiso con su preservación.
Alma Gómez lo recuerda de la siguiente forma: “Nosotras fuimos formadas con la idea de que nuestra función era ir a trabajar a las comunidades rurales. Teníamos que aprender de todo: carpintería, soldadura, cuestiones agropecuarias, economía doméstica. Yo creo que el plan de estudios no era muy liberal, pero toda la ‘cultura’ que significaba la Normal nos daba esa educación”
Convivían en ese pequeño universo jóvenes del medio citadino, del rural, de pueblos mineros, de grandes centros agrícolas como la región lagunera. Esta mezcla cultural sería [...] una de las primeras y más importantes fuentes de conocimientos acerca de costumbres y paradigmas que formarían [una] tolerancia ante lo diferente”. No debe sorprender, asimismo, que convivir con un grupo de 300 estudiantes día, tarde y noche, engendraba lazos muy fuertes entre los normalistas.
Las Normales rurales tienen de requisito que sean hijos de campesinos o de maestros. Ese es un requisito para ingresar, todavía ahora. “Debido a que éramos relativamente muy chiquitas”. Y continúa: “había como un modo de que las alumnas de grados superiores nos adoptaban, nos enseñaban; unas porque eran paisanas, otras porque tenían hermanas allí. Y nos enseñaban.
Sin saberlo, los estudiantes estaban siguiendo un modelo propuesto desde que se formaron las primeras Normales rurales: el del internado como familia, el propósito de crear “un ambiente de libertad en donde lo central fuese la convicción y no la utilización de métodos coercitivos para mantener el orden”.
Desde este principio, la estructura del internado debía seguir el modelo de una familia, con el director ocupando la figura del padre, su mujer el de la madre, y los maestros el de los hermanos mayores que ayudarían a cuidar a los menores, o sea, los estudiantes que ingresaban a la escuela Normal.
“En las Normales regionales, el énfasis se ponía no tanto en la obediencia y el orden, sino en la responsabilidad, en el interés y el trabajo colectivo y, en varios casos, en la libertad de los estudiantes y en la democracia”. A juzgar por la experiencia de los normalistas, lo que se mantuvo, quizás inevitablemente, fueron los lazos entre los alumnos mismos.
Manuel Arias Delgado enfatiza: “Nuestros ídolos, eran los alumnos de los grados superiores, eran nuestros modelos a seguir. Yo no recuerdo con toda precisión los nombres de los maestros, pero recuerdo con toda precisión los nombres de mis compañeros modelos: el mejor orador, el mejor declamador, el mejor conversador, el mejor tribuno...” Este tipo de relaciones entre los estudiantes jóvenes y los más avanzados fue convirtiéndose en uno de los principales espacios de organización política.
Entre las diversas organizaciones que existían en las Normales rurales, el Comité de Orientación Política e Ideológica, figuraba entre las más importantes. Era con esta orientación política que muchos estudiantes tomaban conciencia de lo significativo de sus orígenes y llegaban a cuestionar el sistema que avalaba su condición de explotación como campesinos escasos de riqueza.
Esta toma de conciencia que partía de una experiencia propia era uno de los principales factores que impulsaba a que los estudiantes normalistas se involucraran en luchas sociales. Y esta lucha empezaba por defender a la Normal misma.
CONCLUSIÓN
La instrucción recibida en las Escuelas Normales Rurales favoreció que la educación rural que impartían los profesores normalistas, cobrara cada vez mayor importancia, al proporcionar a la población rural, a través de la educación, los elementos necesarios y adecuados que les permitiera, en su propio medio y en sus actividades económicas locales, rebasar la pobreza económica, social y cultural que prevalecía en sus comunidades. Así mismo, la toma de conciencia sobre los aconteceres sociales impulso a los jóvenes normalistas a involucrarse en luchas sociales intensas al punto de inmolarse y llegar hasta a perder la propia vida. (Ayotzinapa).
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Efectivamente con la creación de las Escuela Normales Rurales se pretendía terminar con la rigidez de la estructura social porfirista e implementar los principios de justicia social delineados en la Constitución de 1917, era la nueva política educativa y social del grupo revolucionario en el poder mientras que se hacía del pueblo mexicano una sociedad moderna. Los Maestros Rurales serían el eslabón perfecto para apoyar al Gobierno con la alfabetización del proletariado, su gran misión se encaminaba a lograr que los campesinos se insertaran en la vida cultural, política y económica de la Nueva Nación Mexicana que empezaba a surgir.
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